- Hipócritas y Cínicos
- Comisión y Elecciones
- Gallinitas o Tarugos
Por Rafael Loret de Mola
Sobran la hipocresía y el cinismo en el actuar democrático en cualquier nación del mundo que considere estar dentro del modelo. No así en México en donde, como todos sabemos, estos elementos son, sin duda, los que permean la perspectiva política para honrar a la demagogia, la antítesis clásica, y mantener al conglomerado bajo el peso de la terrible confusión sobre si debemos creer las versiones oficiales o, simplemente, aplicar el sentido común para superar la andanada propagandística de la voluntad “superior”. De esta disyuntiva sobrevienen los dramas sociales de un sistema profundamente enfermo.
Son hipócritas quienes simulan cualidades que no tienen; y cínicos aquellos inclinados a la reiteración de la mentira para esconder avisos propósitos. Es difícil encontrar, entre la clase política, a quienes no caigan en cualquiera de estas condiciones espiritualmente desgastantes y moralmente inadmisibles, aunque es evidente que su desarrollo marcha a mayor velocidad que cualquier intento de rectificación. Por desgracia, en este bajo mundo nos hemos situado y, al parecer, no podemos salir del mismo por temor al cambio y la cobardía de quienes pudiendo trocar las cosas optan por sumarse al establishment, arriba o abajo, para gozar de las perentorias comodidades que confluyen, ya sea temprano o tarde, a los infiernos terrenales, desde la sentencia colectiva hasta la coerción por las desviaciones cometidas. Pero pesa más lo primero.
¿Cómo deberíamos tratar a los ex mandatarios que no empobrecieron o nos dejaron a la deriva, en medio de una guerra feroz e inútil, mientras acumulaban blindajes personales? Si tuviéramos memoria y además fuéramos capaces de aplicar las sanciones sociales mínimas, los despreciaríamos no sólo de palabra sino de hecho, sin acudir a saludarlos de mano para tomarse una fotografía turbia o rendirles una pleitesía inmerecida.
Alguna vez, encontré al ex presidente miguel de la madrid –ya extinto y seguro huésped de Aztlán, el inframundo de los aztecas-, en San Miguel de Allende. Quienes le reconocía, la mayor parte de los turistas mutantes –siempre deben vestir de modo tal que sean identificados como tales-, corrían al verlo, se tomaban fotos y hasta le aplaudían, entusiasmados, comentándoles a sus hijos pequeños: “este señor fue presidente de México; qué orgullo”.
Por fortuna traté de hacerme invisible y evité aquella escena ramplona y nauseabunda. Lo mismo sucede hoy con calderón y los fox, ella y él naturalmente, quienes son vistos en distintos escenarios provocando reacciones encendidas con tal de sumarse a las caravanas de elogios supérfluos y demás tonterías asidas de las manos de quienes, de verdad, veneran a las figuras que parecen inalcanzables a través de las pantallas de televisión. No he visto a nadie que sencillamente, a su paso, les diga:
–No puedo darle la mano a un predador de mi patria; a un sinvergüenza que nos robó la confianza y la esperanza y con ello parte de mi vida. ¡Váyase al diablo, miserable!
Les aseguro que encontrarán complicidades hasta en los miembros del Estado Mayor Presidencial que los custodian y deben cumplir con su deber de proteger a sus designados patrones. Alguna vez me atreví a algo muy parecido y me encontré con la sonrisa y el guiño de un guardaespaldas como expresando a través mío su profundo malestar por la misión que debía cumplir.
Los hipócritas hoy están a la luz del día. ¿Han visto el rostro y medido la presencia de Emilio Lozoya Austin, uno de los grandes Juniors del presente? Basta con eso para calificar al director general de PEMEX en su condición de nuevo encubridor –no olvidemos a sus antecesores-, de quienes roban combustible mediante tomas clandestinas. ¿Han pensado acaso que éstas para ser instaladas debieron antes solicitar que cesara el flujo del crudo o el combustible para poder proceder? La complicidad es evidente y, sin embargo, nos dicen que por parte de la paraestatal todo es correcto, limpio, sin mancha. De allí al desabasto inducido, amoral, para presionar al colectivo para clamar por la privatización y los contratos, aunque queden en manos de los extranjeros que aguantaron lo necesario para comprar MUY barato aquello que se les ofreció a su costo real, con tal de salir del desesperante atolladero. Todo sea por la reforma peñista que reduce a cenizas una victoria social de ocho décadas. Ochenta años, sí, en los que fue el gobierno incapaz de administrar nuestras reservas, saqueadas a golpes de corrupción, y acaso propició con ello el sueño de vender el subsuelo para beneficio de los cómplices gubernamentales. No pude existir un latrocinio mayor. ¿Vamos a seguir tolerándolo?
Es hipócrita, igualmente, el señor peña nieto quien no dice la verdad cuando habla de sus males físicos, ocultando que debe acudir al Hospital Central Militar cada tres días, o cubriendo el lapso necesario dictado por los cancerólogos, para someterse a las duras pruebas de quimioterapia. Esta información es verídica y cotejada a través de dos fuentes militares cuyo anonimato debo guardar por razones obvias; pero es tanto el cansancio general que hasta quienes por tradición sellan sus labios comienzan a animarse a transmitir confidencias de este tipo incluyendo fechas exactas y duración de los tratamientos constantes.
El cinismo, la mentira reiterada, es parte igualmente de una política que combina al presidencialismo con la partidocracia, dos males ponzoñosos como diría el maestro Ignacio Burgoa Orihuela quien murió si ver atisbo de cambio porque, inteligente y analítico, los fox jamás le convencieron. Por el cinismo llegamos al grado de olvidarnos de que fuimos presas de caza del calderonismo mientras se incendiaba al país. (Debo confesar que, por asco tras atestiguar el desaseo electoral vergonzoso, salí de México para tratar de tomar impulso de nuevo; no soportaba estar bajo un gobierno de derecha pero luego me di cuenta de la necesidad de combatirlo hasta el final como intenté hacer. En aquellos días fuera, despertaba con la ansiedad de conocer si México seguía en pie).
De allí que no haya cinismo mayor al de Margarita Zavala Gómez del Campo quien lanzada a la precandidatura nacional se colocó en posición de blanco vulnerable por cuanto fue su conducta detrás de las bambalinas del poder. ¿Habrá algún mexicano que considere “cuestión del pasado” las concesiones por ellas negociadas a favor de su familia con el director del Seguro Social, Juan Molinar Horcasitas, fallecido en mayo pasado? ¿Podemos perdonar el horror de la guardería ABC de Hermosillo cuyos accionistas, todos, eran familiares de la señora Margarita comenzando con Altagracia Gómez del Campo, al frente del grupo? Y no hay que imaginar gran cosa sobre cómo sería un gobierno de margaritas ennegrecidas por acción y omisión: jamás se paró la dama aspirante en Hermosillo siquiera para brindar afecto y consuelo a las madres y padres vejados, incluyendo los de los bebés heridos cuyas secuelas de vida serán terribles.
Y, claro, con ese cinismo, aceptó, luego de haberlo negociado, e beso de “El Bronco” en Monterrey en un escenario público. El próximo gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez Calderón, llegó a un teatro en donde ella era protagonista –como si se tratara de una danzarina clásica o una actriz al estilo de “La Gaviota”-, para protagonizar el ridículo papel de ex primera dama con ganas de regresar a Los Pinos pese a que ella es la materialización vívida del calderonismo, maltratada vulgarmente, y desaprensiva con los dramas por ella generados en principio. ¡Esa memoria colectiva, por favor!
Cínicos e hipócritas son también los mandatarios de Puebla, Rafael Moreno Valle –asesino además de un niño de trece años, José Luis Tehuatlie Tamayo, de la comunidad indígena de Chalchihuapan, víctima de su “ley bala” por él promulgada, y el más delicadito chiapaneco Manuel Velasco Coello, que oculta condiciones con una boda privada al calor de señoras chamulas que esperaron al pie del templo de San Cristóbal, cuyos nexos con el primero indican que harán lo posible por conservar su calidad de presidenciables, uno volando en helicóptero todos los días, y el otro retratándose al saludar a la “plebe” volteando siempre hacia las cámaras que, en una ocasión infausta, captaron el momento mismo en que cacheteó a uno de sus colaboradores a quien luego pidió le regresara la ración. Manitas calientes; otrora Manuel Buendía les llamaba de otro modo. Ya les diré.
Esta es la perspectiva. Y en medio seguimos nosotros, atrapados.
Debate
Es de pésima cultura, al parecer, insistir en que la Comisión Nacional de Derechos Humanos, así como las estatales con la misma función, vele igualmente por el derecho esencial de los mexicanos, de los hombres libres en cualquier latitud, a elegir legítimamente a sus gobernantes. El pasado domingo 7 de junio hubo de todo, menos ecuanimidad y limpieza.
Un amigo de esta columna, me escribió:
-En todo el mundo, no hay elecciones limpias, impolutas: todas son fraudulentas sea por el dinero, las trampas de todo tipo, la alquimia y los algoritmos –como en Baja California hace dos años-, y la permanente disposición de los aspirantes a transar hasta con su propia honra con tal de llegar al cargo anhelado.
¿Y esto es “buena educación”, siguiendo el hilo de los españoles regañados además de empobrecidos? No podría defender a la aristocracia hispana, tan petulante y ociosa –vividora, además, gracias a lo que cobran por aparecer en las revistas del corazón-, pero sí a los millones de trabajadores españoles que exigen la solidaridad internacional porque no tienen siquiera un gobierno que les escuche, esto es bajo el desprecio de una clase política que, como los reyes, no escuchan pero sí viven con festines cotidianos. La diferencia es evidente entre unos y otros, tanta como las distancias de clase que perviven en nuestro México.
Lo diré una vez: quien no sea capaz de sentar a su mesa a quienes le sirven, no tienen educación ni vergüenza al sentirse superiores sin más razón que sus disponibilidades. Esta debiera ser la primera regla para una moderna convivencia entre los seres humanos.
La Anécdota
Hay demasiados términos con significados diferentes de un país a otro. En México, por ejemplo, si alguien es llamado “gilipollas” se quedará tan campante mientras al otro lado del océano el término no podría siquiera escribirse en los diarios de pro, de esos que se sienten hacedores de la cultura y se la llevan por delante.
Este vocablo equivale al que usamos en México para describir a los muy tontos, más que idiotas –hasta aquí me permito porque la Suprema Corte nos brinda tanta libertad que debemos cuidar hasta cómo dirigirnos a los que forman el movimiento lésbico-gay sin caer en motivo de persecución-, mientras en Argentina significa otra cosa. Allí hablan de las “gallinitas” –un término dedicado a los jugadores del millonario River Plate desde los arrabales del Boca Junior-.
En fin, vale más la pena mantener la boca cerrada… pero yo no puedo.