Por Mario Alberto Mejía / @QuintaMam
Siempre he creído que los periodistas somos parte de la clase política.
Algunos somos correos del zar, en el sentido que la daba Julio Verne en la novela Miguel Strogoff.
Otros somos voceros de mesías tropicales que buscan el poder a costa de cualquier cosa.
Desde nuestros santones periodísticos hasta los reporteros más modestos —que arriesgan en la provincia de la provincia lo poco que tienen de vida—, el periodista es un paria —junto con el abogado y el artista— que obedece al jefe del partido.
Esto no lo digo yo, lo escribió Max Weber hace casi un siglo, pero sigue teniendo cierta vigencia.
La prensa inevitablemente ha ido de la mano del poder y el dinero.
Pensemos, por ejemplo, en uno de nuestros santones máximos: Julio Scherer García.
Todos los años, desde que murió, le prendemos veladoras y lo ensalzamos a niveles delirantes.
Scherer mismo rompió el mito de que era un santo cuando publicó cuando menos en dos libros algunas confesiones que tenían que ver con las camisas de seda que cotidianamente le enviaba el presidente Díaz Ordaz y los autos y camionetas que le regaló el profesor Carlos Hank González y que alimentaron el júbilo familiar.
San Julio Scherer, hay que decirlo, correspondió en parte esas canonjías al reducir la masacre del 2 de octubre de 1968 a una polémica conclusión: “Grupos de huelguistas, desde el tercer piso del edificio ‘Chihuahua’, de la Unidad Tlatelolco, dispararon contra soldados y policías”.
Además publicó en primera plana la versión del jefe de prensa de Díaz Ordaz.
El periodista, pues, tardó varios años en descubrir la verdad histórica.
“Scherer —escribió en un ensayo Carlos Ramírez— fue un producto del poder. En los sesenta los periódicos no solo formaban parte de los aparatos ideológicos del Estado priista sino que funcionaban como pernos del sistema político también priista. (…) Díaz Ordaz nunca confió en Scherer pero apostó a la necesidad de un medio grande como Excélsior, que podía caer en manos de la derecha. El mecanismo de estabilización era la publicidad oficial.
“(…) En dos libros del estudioso Arno Burkholder sobre Scherer y Excélsior se lee que el periódico fue un diario del establishment priista: Díaz Ordaz como secretario de Gobernación y presidente, y Echeverría como secretario de Gobernación y presidente contribuyeron al ascenso de Scherer en la estructura de la cooperativa como una estrategia de Estado: evitar que la derecha se quedara con el periódico.
“(…) Los periódicos en el viejo régimen priista eran factores de cohesión nacional en su tarea de bocinas del poder. El colapso de Excélsior fue responsabilidad directa de Scherer García y ocurrió dentro de las reglas del poder priista”.
Manuel Buendía también fue parte de la guerra del PRI contra la derecha mexicana y su asesinato también se dio en ese marco: el de las reglas del poder político.
¿Cómo veían desde el poder a estos dos santones del periodismo mexicano?
En el espléndido libro “La Otra Guerra Secreta”, de Jacinto Rodríguez Munguía, el autor, reportero de Proceso durante muchos años, hace la autopsia de la relación prensa-poder a partir de los documentos que descansan en el Archivo General de la Nación, antes Palacio Negro de Lecumberri.
Uno de quienes no salen bien librados en el libro, y termina siendo expuesto más en sus sombras que en sus luces, es Manuel Buendía, el enemigo número uno —en su tiempo— de la ultraderecha mexicana y de la CIA.
Rodríguez Munguía refleja en las fichas a las que tuvo acceso el carácter doméstico e institucional de Buendía en su relación con el presidente Luis Echeverría Álvarez.
Otro que termina con el traje manchado de lodo es el hoy extinto y venerado Jacobo Zabludovski, aunque no tanto como una figura que destaca de entre todas por su perversidad y por su lenguaje soez.
¿Su nombre?
Francisco Galindo Ochoa, operador de medios de los gobiernos federales priistas durante decenios enteros.
Veamos el diálogo que recrea Rodríguez Munguía en los que aparecen Galindo Ochoa y Alfonso Corona del Rosal, quien curiosamente es llamado “Flor” por el operador de medios.
Hay que decir que Corona del Rosal sólo duró un año como gobernador de Hidalgo, pues en 1958 dejó el cargo para irse a despachar como presidente del CEN del PRI.
Vea ustedes cómo trataba el operador de medios al líder priista en plena época navideña y cómo ambos se referían de los periodistas, entre ellos Rodrigo de Llano, a la sazón director de Excélsior, y Mario Santaella, director de La Prensa.
¿Fecha?
19 de diciembre de 1962.
Ochoa (O): ¿Cómo le fue, mi flor?
Flor: Oiga, Pancho, ¿qué le mandaremos a (Carlos) Denegri?
O: ¿A Denegri?
F: ¿Qué me sugiere?
O: Pues hombre, mi Flor… lo que más le gustaría.
F: ¿Sí?
O: Mándele ‘lana’, mi Flor.
F: ¿Sí?
O: Sí.
F: ¿Cuánto le mandamos?
O: Pues… ¿cuánto tenía usted pensado para el regalo?
F: Pues unos tres mil. Algo así.
O: Pues mándele.
F: ¿Cinco?
O: Si puede.
F: Sí, cómo no.
O: Sí… porque ahorita está ladrando aquél.
F: Entonces…
O: Tuvo que correr ahí a un gerente y tuvo que darle cincuenta mil pesos, mi Flor.
F: Mañana se los damos, Pancho. Sería bueno mandarle un regalito a (Mario) Santaella.
O: Pues sí, también…
F: ¿Verdad…?
O: Sí…
F: A (Manuel) Buendía con un cortesito… ¿no?
O: Con eso sale de paso, mi Flor.
F: ¿Verdad…?
O: Sí, además Buendía anda muy mal de a «tiro»… jajaja.
F: Jajaja. ¿A quién otro debemos atender? ¿A Don Rodrigo (de Llano)?
O: A su amigo (Julio) Teissier, hombre. Rodrigo… sí…
F: ¿A Teissier qué me sugiere?
O: A Teissier lo mismo, mi Flor.
F: ¿Igual camino?
O: Igual… o lana. O un corte de casimir.
F: O un objeto de plata para su casa.
O: A don Rodrigo… Whisky.
F: ¿Whisky?
O: Sí.
F: Oiga, ¿y no le gusta a don Rodrigo el buen vino tinto?
O: Sí. A él le gusta marca Wusson, que es muy difícil de conseguir. Quedaron de surtirme el otro día que encargué una caja.
F: Pero ya nos dijo el otro día que nos gusta el buen Chivas. Le puedo mandar unas tres botellas del buen Chivas. Es un buen regalo.
O: Sí, es un buen regalo.
F: A Teissier un objeto de plata.
O: A esa gente mejor lana, mi Flor.
F: Es más práctico, ¿verdad?
O: Siempre anda tras ella.
F: ¿No hay alguno otra persona que debamos atender?
O: A El ABC, mi Flor.
F: ¿Pues qué siguiere usted?
O: Pues a esa gente que tiene tanto, mi Flor… Pues Champaña.
F: Bueno.
O: No puede ser menos.
F: No. No.
O: Una gente de esa categoría.
F: Claro.
O: Le manda usted una cosa de plata… ¿Qué más tendrán?
F: No… toneladas.
O: ¿Verdad? Jajaja.
F: Jajaja.
O: ¡Más que las que hay ahorita en las minas de Pachuca!
F: Jajaja. Indudablemente.
O: ¿Verdad? Pero una buena champaña sí le cae bien.
F: Nunca sobra…
Julio Scherer tampoco se salvó de ser grabado.
Menos aún de ser felicitado por don Pancho.
Nótese el tonito de agradecimiento eterno de don Julio, quien entonces era director de Excélsior:
Francisco Galindo Ochoa (FGO): Salió extraordinario; lo dedican todo con inteligencia y cariño hacia el señor Presidente; lo han hecho como nunca, lo han presentado en una forma extraordinariamente bien.
Julio Scherer García (JSG): Estoy muy contento de oír esto, pues creo que comparado con los otros periódicos nos los comimos, pero ello se debió a que nos envió el informe con oportunidad.
FGO: Lo hice contrariando normas, pero sabía lo que hacía y con quién lo hacía. Entonces le recomiendo que, como quedamos, le siga así unos días.
JSG: De acuerdo, don Pancho.
El “señor presidente” al que se refieren es Gustavo Díaz Ordaz y el tono solícito de Scherer está muy lejos del que utilizó cuando el propio Galindo Ochoa, ya en el sexenio de José López Portillo, le quitó la publicidad institucional a Proceso.
Los tiempos no han cambiado mucho.
Tampoco las formas.
Pero los parias de hoy tienen otros jefes de partido: los grupos de la delincuencia organizada, tanto los narcos como los huachicoleros.
Ellos son quienes ahora dictan la narrativa periodística.
Son, faltaba más, los que deciden quiénes son los malos de la historia.
Y pagan por ello.
Pero también se cobran las facturas.
A eso hemos llegado.
Somos las víctimas propicias en el verano de nuestro descontento.
(Fragmento de una conferencia leída en el Salón de Protocolos del Ayuntamiento de Puebla, ahí donde Mario Marín se inmortalizó en un mural espantoso).