* Cada vez que es celebrada esa figura tan amada como es la Virgen de los Ángeles por una gran cantidad de costarricenses, cada vez que observamos esos millones de pasos de amor que peregrinan hasta Cartago, se nos confirma la importancia de María como Madre en la espiritualidad del creyente costarricense.
Por Carlos Díaz Chavarría
Conape Internacional
Fuente: http://webcatolicodejavier.org
___________________________________________________________
“Mujer, aquí tienes a tu hijo; hijo, aquí tienes a tu madre”, es lo que escribe el evangelista Juan, por eso, desde que por primera vez el discípulo a quien Jesús amaba acogió a María en su casa, fue María quien nos acogió también a nosotros. En este sentido, para quienes somos creyentes, la fiesta de nuestra patrona, la Virgen de los Ángeles, como símbolo materno de la propia nacionalidad costarricense, enriquece, enaltece y complementa el desarrollo espiritual, personal y social de muchos habitantes de esta bendita tierra.
Además el modelo humano y la condición de discípula que nos ofrece el Nuevo Testamento sobre María nos muestra una mujer humilde, valiente, fuerte y con una evidente capacidad de comprensión, sensibilidad y de amor hacia su Hijo…
Esto lo demostró a través de toda su vida al acompañar a Jesús con lealtad en muchos de los momentos de su estadía en la Tierra, desde su disponibilidad en la Anunciación hasta la fidelidad al pie de la cruz. El primer momento, para ello, se da cuando el Arcángel Gabriel la saluda con reverencia: “Dios te salve, María, llena eres de gracia”. Más adelante, María recibe una alabanza por parte de su prima Isabel: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”.
Posteriormente es la misma María la que profetiza: “He aquí que me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque el Todopoderoso ha hecho maravillas en mí”. Tiempo después, mientras Jesús llevaba a cabo una de sus predicaciones, una mujer le gritó: “¡Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!”; y después de la Ascensión del Señor a los cielos, los apóstoles perseveraron en unión con María”.
Ciertamente este Culto Mariano no resultó tan fácil de profesar durante los tres primeros siglos debido a las persecuciones en contra de los cristianos. No fue sino hasta el Siglo Cuarto con la paz constantiniana, la cual permite el culto público; y con el Concilio de Éfeso, en el Siglo Quinto, que define la maternidad, que la veneración a María se extiende y propaga hasta nuestros días. Por eso, María, elevada por la gracia de Dios por encima de todos los Ángeles y todos los hombres, como Madre de Dios Santísima, es honrada por la Iglesia como un culto sumamente especial”.
Por lo tanto, si María participó en el plan de Dios para nuestra salvación al ser Madre de Jesús, por qué no ver en ella entonces la ayuda necesaria para la disminución de los males que corroen a nuestra sociedad. María es nuestra Madre, la Madre de todos los hijos de Dios, en ella encontramos refugio, ayuda, protección e intercesión. Con esta María, tan humana, ya admitida dentro del ámbito de la divinidad, podemos sentirnos escuchados, amados, animados, curados por ella, pues su característica principal no es el de ser una gran heroína sino su carácter lleno de sencillez. María es modelo de esperanza, entrega total por espíritu de fe y servicio por la fuerza del amor.
De ahí que cada vez que es celebrada esa figura tan amada como es la Virgen de los Ángeles por una gran cantidad de costarricenses, cada vez que observamos esos millones de pasos de amor que peregrinan hasta Cartago y cada vez que se escuchar a tanta gente manifestar sus relatos en relación con los milagros que la Negrita les ha cumplido, se nos confirma la importancia de María como Madre en la espiritualidad del creyente. Por eso el hecho de que en días cercanos a la celebración del dos de agosto millones de pasos de amor inicien la Romería, constituye una sorprendente y emotiva peregrinación de agradecimiento y amor hacia nuestra Madre del Cielo, a esa nuestra Bendita Patrona.
No obstante, se debe tener claro que la fe y el amor hacia la Reina del Cielo no se encuentra, exclusivamente, en una romería, aunque esta constituya una de las muestras populares más representativas de la fe. Desde nuestras comunidades, desde nuestros hogares, desde nuestros corazones, podemos celebrar a nuestra Negrita con la certeza de que, a pesar de los problemas, ella abrigará con su amor cada rincón de esta tierra y hará flamear, en el corazón de quienes la habitamos, la esperanza, paz, sabiduría y el afecto que alberga su alma. Porque ¿cuántas veces la ternura y la mano de una madre no han podido más que la tristeza, la desesperación, el desconsuelo o desencanto de alguno de sus hijos?, ¿cuántas veces la fuerza de una madre es la que nos motiva a continuar el camino?, ¿en cuántas oportunidades hemos recurrido a la figura materna de María como intercesora ante Dios?…
Por ello si la Virgen María, nuestra venerada Negrita, constituye, a la vez, nuestra intercesora y mediadora Madre, es sumamente justo y propio de nuestra condición de hijos agradecidos que, diariamente, le correspondamos con un entrañable amor, tal y como su condición de Reina del Cielo y Patrona de Costa Rica lo merece. Por eso este dos de agosto es una excelente ocasión para volver a hacer germinar, con mayor ímpetu, en el corazón de miles de costarricenses, ese hermoso rezo de la Salve que versa “Dios te Salve, Reina y Madre de Misericordia…”, y unidos, en una sola voz y en un solo sentimiento, exclamar: ¡Bendita seas María!, ¡bendita Madre del Cielo!, ¡bienaventurada Reina de los Ángeles!…, te rogamos que tu sagrada luz prodigue de prosperidad esta bendita tierra costarricense. ¡Así sea!